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Entierro y gloria de Santa Petronila de Guercino

Publicado por A. Cerra

Entierro y gloria de Santa Petronila de Guercino

Il Guercino (1591 – 1666), cuyo nombre real era Giovanni Francesco Barbieri, fue uno de los artísticas más prolíficos y valorados de su época, recibiendo grandes encargos de una forma continua. Y como ejemplo podemos ver este enorme lienzo (720 x 423 cm) que realizó entre los años 1621 y 1623 para decorar el interior de la Basílica de San Pedro del Vaticano. Y aunque hoy en día la obra permanece en los Museos Vaticanos, lo cierto es que a lo largo de su historia no siempre ha estado ahí. De hecho, las tropas napoleónicas durante su dominio de Italia llegaron a llevársela a París, concretamente al Museo del Louvre. No obstante, desde ahí regresó poco después a Roma y todo ello gracias a la intermediación del gran escultor del Neoclasicismo, quien paradójicamente fue uno de los artistas favoritos de Napoleón Bonaparte. Nos referimos a Antonio Canova, quien incluso llegó a retratar desnudo al emperador francés.

Pero volvamos al Guercino, un apodo que hace mención al estrabismo que sufría desde niño el artista.

El caso es que pasó gran parte de su vida en su pequeño pueblo del norte de Italia, Cento. Tuvo infinidad de ofertas de establecer su taller en la cercana Bolonia e incluso de viajar a cortes del extranjero, pero se mantuvo fiel a su pueblo natal, entre otras cosas porque establecerse en Bolonia podía suponer enfrentarse con el gran Guido Reni, al que respetaba enormemente. Y de hecho, no se fue de Cento hasta que no falleció en 1642 aquel referente de comienzos del Barroco.

En cambio, estando en Cento no le faltó el trabajo y entre sus clientes estaban cardenales, duques, condes, la flor y nata de la sociedad de norte de Italia. E incluso hasta ahí se desplazaron otros artistas de la época, como fue el caso de su contemporáneo español Diego Velázquez quien quiso en uno de sus viajes por el país trasalpino.

Curiosamente durante sus años de juventud, una de las pocas veces que salió una larga temporada de Cento fue para pintar este gran lienzo. Pasó dos años haciéndolo en Roma. Y aquel tiempo fue clave para la evolución de su arte, ya que su inicial estilo naturalista fue cambiando y se tornó más clásico. La forma cobró más importancia y sus colores se aclararon respecto a años anteriores. Y el dibujo, disciplina en la que fue un gran maestro, se tornó más importante.

Todo ello no hizo más que aumentar su prestigio y la demanda de sus obras. Y contando con el favor de hombres poderosos como el cardenal Ludovisi, quien le había encargado este cuadro, no le hubiera sido difícil establecerse de forma definitiva en Roma, capital mundial del arte por entonces. Pero decidió regresar a Cento al acabar el encargo y seguir realizando desde ahí sus trabajos.