Ex-voto de Philippe de Champaigne
Philippe de Champaigne (1602 – 1674) tuvo una carrera pictórica muy prolífica y también muy exitosa, casi toda ella desarrollada en Francia, lejos de su Bélgica natal, en cuya capital, Bruselas, dio los primeros pasos como pintor formándose con Jacques Fouquieres, quien a su vez fue uno de los más estrechos colaboradores del gran Peter Paulus Rubens. De este modo, junto a Fouquieres aprendió los conceptos básicos de la pintura barroca flamenca.
Unas ideas que él fue capaz de posteriormente implantar en la corte francesa. Ya que antes de cumplir los 20 años se trasladó a París donde estableció contacto con los pintores galos de la época, incluido Nicolas Poussin. El caso es que tras unos pocos años de asentamiento, desde el 1628 se convirtió en uno de los pintores más importantes del país, ya que pasó a trabajar al servicio de la reina madre, María de Medicis, para quien casualmente Rubens había pintado uno de los ciclos pictóricos más relevantes de su trayectoria artística.
Además de eso se convirtió en uno de los retratistas más codiciados y los encargos no cesaban. Tan pronto tenía que pintar en el Palacio de Luxemburgo como decoraba el interior de importantes iglesias. Así hasta que se hizo con el cargo de retratista del rey Luis XIII y también del todopoderoso Cardenal Richelieu, de quien hizo uno de los retratos de cuerpo entero más impactantes de todo el arte Barroco francés.
Durante todo ese tiempo, su arte destacaba no solo por su innegable maestría, sino porque supone incorporar características formales del arte flamenco a la tradición gala, haciendo una estupenda conjunción de detallismo y de sobriedad siempre que hacía falta.
No obstante, sus relaciones con la alta sociedad de la época se fueron debilitando a partir del año 1640, cuando el pintor se volcó en la religión, hasta que finalmente se vinculó de una manera muy profunda con el convento janseista de Port Royal. Allí precisamente pintó este cuadro de 1662 y que actualmente forma parte de la colección barroca del Museo del Louvre de París.
El hecho es que en ese convento vivía la hermana del pintor, la cual estaba enferma y paralítica desde hace mucho tiempo, pero un buen día sanó de una forma milagrosa, con solo pasar nueve días orando íntimamente con la madre superiora del convento. Eso es precisamente lo que nos ha pintado en este óleo.
Su hermana es la monja que permanece sentada con las piernas inmóviles, mientras que la abadesa Catalina Agnes Arnauld es la monja que está de rodillas rezando junto a la enferma. De hecho, la profunda religiosidad de Philippe de Champaigne queda reflejada en que no pinta el momento en el que sucede el milagro de la curación de su hermana, sino la fe y la oración que lo debió hacer posible.