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Introducción al culto de Cibeles en Roma de Mantegna

Publicado por A. Cerra

Introducción del culto de Cibeles en Roma de Mantegna

Andrea Mantegna llegó a ser uno de los pintores más influyentes del Primer Renacimiento o Quatrrocento, algo que logró sin estar en ninguno de los grandes centros artísticos, ya que gran parte de su trabajo lo desarrolló en Mantua, donde dejó sus obras maestras como la célebre Cámara de los Esposos. Pero por si fuera poco fue un gran aficionado y estudios de la arqueología y los más eruditos libros clásicos. Y eso lo demuestra en la obra de la que os vamos a hablar a continuación.

Este óleo que representa La introducción del culto a Cibeles en Roma, fue una obra que realizó en los últimos años de su vida, de 1505 a 1506. Curiosamente la obra se la encargó la familia Cornaro de Venecia. La cual pretendía descender del clan romano de Publico Cornelio Escipión Nasica, primo de Escipión el Africano.

Según los textos antiguos a Escipión Nasica se le consideró la persona más digna de recibir a finales del siglo III a. C. a la diosa Cibeles proveniente de Oriente. Y es que recibir como merecía a esta deidad era algo vital para lograr la victoria frente a los cartagineses.

Pues bien, todas aquellas leyendas, que mezclaban la realidad, la fábula y el mito le fascinaban a Mantegna, por lo que le encantaba hacer este tipo de encargos. Y no solo eso, le apasionaba representarlas sin apenas color, solo con su dominio pictórico para que sus personajes parecieran relieves y esculturas marmóreas clásicas. Pintaba pero buscaba hacer frisos de piedra con su arte.

Sin embargo, a la hora de hacer este cuadro quiso dar un paso más allá en su tributo al arte antiguo. Quiso que más que un friso, su imagen recordara a los camafeos romanos, por entonces muy apreciados por su pequeño tamaño, que no impedía que los artistas más dotados supieras tallar figuras sobre una pequeña piedra de color, dejando la figura pero también descubriendo el interior del material que era de otro tono.

Si observamos la tela de Mantegna se intuye ese juego, pero dado su tamaño (74 x 268 cm), en general resulta una pintura extraña, en el mejor sentido de la palabra es decir. Algo único y por lo tanto muy valioso.

La realidad es que el dominio anatómico y la capacidad del pintor para dar volumen y perspectiva es algo superlativo. Sabemos de su habilidad para ello gracias a una de sus obras más extraordinarias: La lamentación sobre Cristo muerto. Pero en este caso es algo sorprendente, ya que esas figuras que recuerdan esculturas de piedra, están “talladas” con un realismo increíble pese a su escaso color. Y además ha conseguido generar una escultura pintada donde hay movimiento y vida.