Juno descubre a Júpiter con Ío de Pieter Lastman
Durante unos años, Pieter Lastman (1583 -1633) fue el pintor más destacado que había en el ciudad neerlandesa de Ámsterdam. Tanto es así que durante un tiempo, incluso un jovencísimo Rembrandt fue discípulo suyo.
Y su éxito se basaba en una gran formación clásica. De hecho, había pasado mucho tiempo en Italia y con ese bagaje decidió regresar a su país con la intención de hacer lo que se entendía como pintura de historia. Es decir, cuadros en los que se representaban episodios heroicos, tanto basados en la Biblia como en hechos de la Antigüedad clásica. Es decir, el concepto de historia era muy diferente al actual. Al fin y al cabo este tipo de pintura siempre se hacía con un propósito moralizante, y se elegían temas de los que se podía extraer algún tipo de aprendizaje de conducta o moraleja.
En esta ocasión se basó en un pasaje descrito en Las Metamorfosis de Ovidio. En el relato se nos cuenta que una vez más se enamora el más grande de todos los dioses Júpiter. La elegida es la ninfa Ío. Para ello, el dios extendió una amplia nube que le permitiera cazar a la ninfa. Sin embargo, Juno vio esa nebulosa desde el cielo. Y como la esposa de Júpiter siempre se temía lo peor de su pareja, descendió a la Tierra a comprobar que ocurría.
No obstante, el marido para engañar a su esposa, convirtió a su apresada Ío en una bellísima novilla. Aún así, Juno no se dejó engañar y logró que le diera la novilla, la cual puso a buen recaudo bajo la vigilancia de Argos, el de los 100 ojos.
Pero cuando Júpiter se empeñaba en una captura usaba y abusaba de todo su poder para la conquista. Así que no dudó en ordenarle a Mercurio que durmiera a Argos y tras eso lo mató para poderse llevar a Ío. Y mientras, Juno hizo que los 100 ojos del muerto pasaran al plumaje de los pavos reales.
Es decir estamos ante el típico relato mitológico donde no falta la fantasía, las alusiones a la realidad, las pasiones y hasta la crueldad. Y de todo lo que ocurre en este relato, Lastman eligió precisamente el momento en el que Juno aparece para sorprender a su esposo, quién trata de evitar que le quiten a Ío, todavía metamorfoseada en novilla. De manera que el más poderoso de los dioses tiene un aspecto casi grotesco y algo bobo frente a su mujer.
El objetivo no era otro que presentar un marido mentiroso y una esposa dominante, un tipo de escenas muy del gusto del momento, y que Lastman les dio un tono especial, pintando con grandeza italiana pero con tono cómico habitual en los grabados y cuadros del costumbrismo de los Países Bajos.