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La estufa del estudio de Cezanne

Publicado por A. Cerra

La estufa del estudio de Cezanne

En los comienzos de su carrera, Paul Cezanne (1839 – 1906) iba alternando temporadas en la casa de carácter burgués que su familia tenía en su Provenza natal, con otros tiempos en París, donde disfrutaba de una vida más bohemia y alternativa.

Sería en una de esas estancias parisinas cuanto pintó este curioso lienzo, en el que a falta de modelo o motivo concreto, se centró en retratar la estufa con la que calentaba su lugar de trabajo. Lo cierto es que durante esos años en París acudía de un modo regular al Museo del Louvre y ahí comenzó a admirar a artistas dedicados a los bodegones. Le fascinaba especialmente Chardin, pero también estudió con deleite la obra de pintores como Vermeer, Velázquez, los hermanos Le Nain o Hals, todos ellos auténticos maestros a la hora de pintar ambientes domésticos.

Así que con esos conocimientos se adentró en una obra que representara el lugar donde pasaba horas trabajando. Y con el símbolo de la estufa aprovechó para incluir un buen número de sus objetos más cotidianos como la paleta, un lienzo y un cuadrito apoyados en la pared del fondo. Por cierto ese lienzo colocado sobre el bastidor sirve a su vez de singular modo para enmarcar la estufa y especialmente el caldero que hay calentándose sobre la lumbre.

Ese caldero lo podemos entender como un singular homenaje a su venerado Chardin y su obra El caldero de cobre. Por otro lado esa parte de la obra es como un bodegón independiente dentro del conjunto.

Todo lo vemos desde la perspectiva del pintor, quien pintaría al caballete desde una postura de pie, y desde esa altura es como contempla el rincón de la habitación. Una estancia que se ilumina por la luz que entra por las ventanas que habría tras el pintor. No obstante, más que la luz, es la oscuridad lo que Cezanne es capaz de representar con una maestría suprema. Lo hace a partir de diversas franjas de negros, unas veces brillantes y otros opacos. Algo que contrasta de una manera brutal con los blancos puros y cremas que hay en la tela. Y siguiendo con el dominio del color que muestra aquí el pintor hay que mencionar el fuego, ese rojo caliente que ordena todo el conjunto y atrae irremediablemente las miradas, como cuando vemos el carbón o la madera ardiendo en brasas.

En definitiva, es una obra de un joven Cezanne, ya que la pintó antes de 1870, antes de que cumpliera los 30 años. Sin embargo, debió guardar un recuerdo maravilloso de su creación, ya que se cuenta que siendo ya un anciano, un joven aprendiz de pintor le pidió un consejo para seguir aprendiendo, y Cezanne le recomendó que pintara una estufa.