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La Marquesa de Lazán de Goya

Publicado por A. Cerra

La Marquesa de Lazán de Goya

Entre los diferentes retratos femeninos de Francisco de Goya los hay para todos los gustos, desde las enigmáticas Majas hasta otros más oficiales como el de la Condesa de Chinchón o algunos mucho menos ampulosos pero cargados de profunda intimidad como es el caso del de la Señora Sabasa y García.

Pues bien, quizás entre uno y otro haya que ubicar esta maravilla de retrato de la Marquesa de Lazán, la cual era cuñada de General Palafox al que también dedicó uno de sus retratos ecuestres más destados.

El retrato de la mujer sería anterior, lo haría entre los años 1800 y 1804, y el gran encanto de la obra es que parece que la mujer ha aparecido repentinamente por esa habitación y el pintor ha capturado ese instante. Surgiendo de la sombra e iluminando toda la estancia y la tela con su brillante rostro y con el vestido de seda blanca que luce.

Ese vestido sin duda merece un comentario aparte, ya que es de una calidad pictórica sublime. Podemos imaginarnos la textura de la seda, la cual es el soporte para unos delicados bordados en oro a lo largo de todo el talle, que se convierten en guirnaldas en su parte más baja, donde por cierto la luz desciende y se va velando la tela, que de hecho en toda su parte trasera queda a oscuras aunque nos la podemos imaginar por el perfilado que hace el artista en el vuelo de la falda.

En cuanto al rostro es una de las caras que fascinan a Goya. Bellezas morenas que tienen una mirada orgullosa y también es algo provocadora. Para las convenciones de la época, es un cuadro con una fuerte carga erótica. Ella está en una postura entre indolente y garbosa, vestida a la moda francesa que hace que la cintura del vestido esté tan alta que haga destacar muchísimo el volumen del pecho. Además es un vestido de marcado escote y manga corta, dejando la carnosidad de los brazos a la vista.

Hasta la postura de las piernas cruzadas y dejando asomar el zapatito blanco bajo la falda es un rasgo de coquetería propio de ese momento histórico.

La marquesa es como una resplandeciente columna blanca en el centro de la tela, rodeada por completo por un fondo verdoso neutro de las paredes y una parte de suelo anaranjado que recibe la luz de alguna ventana a la izquierda. Esa misma luz nos deja ver el sillón sobre el que se apoya la mujer, con la mano colgando en un gesto un tanto extraño, como si fuera a coger el mantón de armiño que hay sobre el asiento, y así cubrirse un poco para posar. Aunque el arte de Goya es tal que casi de manera fotográfica ha captado ese momento y ese gesto tan natural de la muchacha.