Los encantados de Gottlieb
A mediados del pasado siglo XX hubo artistas que comenzaron a desarrollar sus pinturas basándose casi de modo exclusivo en los signos y en los jeroglíficos. Es lo que se ha denominado pintura caligráfica, y uno de sus máximos representantes es el creador Adolph Gottlieb (1903 – 1974).
No obstante, no se trata únicamente de pinturas sobre las que se dibuja. En realidad esos signos parecen cubrir de forma bastante espontánea las superficies de los lienzos, pero son algo más. Con ellos se estructuran esas superficies en las que al mismo tiempo se plantean acompasados ritmos de color.
En esto fue un maestro Gottlieb, cuya obra Los encantados de 1945 que vemos aquí es un magnífico ejemplo de su modo de proceder. Él sin duda transmite una gran sensación de libertad a la hora de pintar, pero si nos detenemos, vemos que no todo es fruto de una inspiración momentánea, sino que hay un claro control de las sensaciones, ya que juega con el gesto de su pintura y con los colores, dando idea de violencia por momentos, o de delicadeza según el caso.
Conjuga la pintura gestual, pero también la del simbolismo abstracto. Parte de cosas reconocibles como vemos aquí. Hay copas, hay corbatas, latas, ojos, rostros, etc, y numerosas caligrafías que podemos identificar. Pero las convierte en símbolos, y juega con un orden y un ritmo, tanto en la especie de cuadrícula que genera en el cuadro como en la gama cromática elegida.
En realidad podemos decir que el conjunto de la obra de Gottlieb es un gran compendio de influencias. Es lógico que se le vincule con el Expresionismo Abstracto de su época. De hecho, él junto a Mark Rothko firmaron uno de los textos más relevantes para defender y proclamar el valor de esta rompedora corriente artística.
Pero también tiene sus antecedentes en el surrealismo o el constructivismo que marcó sus primeras pinturas. No obstante, de una forma paulatina, y con la acentuación de sus formas caligráficas y simbólicas se fue aproximando mucho a las imágenes de tradición aborigen, tanto de su Estados Unidos natal, como de otras procedentes del continente africano.
Por todo ello estamos ante un creador fascinante y con una personalidad arrolladora, capaz de absorber todo aquello que consideraba útil para sus creaciones, tanto pictóricas como escultóricas, ya que trabajó ambas disciplinas. Y para conocerlo mucho mejor, aunque tiene obras repartidas por galerías y museos de medio mundo, la forma ideal de acercarse a su obra es conocer la Fundación Adolf y Esther Gottlieb, ubicada en su ciudad, Nueva York. Un lugar donde precisamente se encuentra la obra que aquí os mostramos.