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Nocturno en negro y oro de Whistler

Publicado por A. Cerra

Nocturno en negro y oro de Whistler

J. M. Whistler tenía desde su casa una visión fantástica del río Támesis a su paso por Londres, y el agua de ese río, su atmósfera y sus colores fueron el objeto de atención de su arte en innumerables ocasiones. Un buen ejemplo de ello es este cuadro cuyo título completo es Nocturno en negro y oro: el cohete cayendo.

Una obra que pintó hacia el año 1875 y que fue objeto de una de las críticas de arte más feroces que se hayan escrito nunca. Y es que cuando el cuadro fue expuesto, el prestigioso crítico de arte John Ruskin escribió que este cuadro era como si el artista lanzara un bote de pintura sobre la cara del público.

Obviamente semejantes palabras no gustaron en absoluto al pintor y acabó demandando a Ruskin. De hecho, el asunto terminó en juicio. Un juicio que ganó James McNeill Whistler, pero la sentencia también tenía algo de humillación, ya que el juez hizo que le fuera abonada la cantidad de un penique en concepto de daños y perjuicios.

En cambio, el juicio del paso del tiempo sí que lo ha acabado ganando claramente el pintor, ya que su serie de nocturnos como este que se conserva en el Instituto de las Artes de Detroit en Estados Unidos u otros como el Nocturno en azul y plata están consideradas como magníficas obras con una personalidad evidente y muy particular dentro del movimiento impresionista, dentro del cual se puede englobar a Whistler.

Todos estos «nocturno», en alusión a ciertas composiciones musicales, son unas obras que se caracterizan por crear una imagen a partir de unas gradaciones de tono de lo más armoniosas. De hecho, el color tanto como masa como en ocasiones en puntos como los dorados de los fuegos artificiales, quita todo el protagonismo al posible asunto de la escena.

Este es un tipo de arte que por una parte requiere de una rapidez innata por parte de su creador. Y lo cierto es que Whistler solía trabajar bastante rápido, si bien cuando lo consideraba oportuno se mostraba como un pintor muy minucioso. Eso aquí se ve precisamente en los puntos dorados. Unos puntos cuya disposición está muy estudiada para que realmente nos dé la sensación de movimiento, de la explosión de un cohete y de la emoción que ello transmite ese momento.

Y también hay que destacar que dentro de ese derroche de color es capaz de integrar tres figuras en el primer plano. En la parte inferior se ven unos rasgos que serían tres espectadores que como nosotros asisten a los fuegos artificiales. Unas figuras que le sirve para referenciar la escena y para darnos pistas sobre lo que es esa representación.

En definitiva, que esta obra no se hizo tirando simplemente un bote de pintura tal y como dijo Ruskin, es una gran obra sobre todo por su estallido de color, la luz de la noche o el humo que generan los cohetes. Una escena que sin duda le hubiera fascinado a otro artista inglés que tantas veces pintó el río de Londres: William Turner.