Pez mágico de Paul Klee
Paul Klee (1879 – 1940) gracias a obras como Al estilo de Kairouan o Senecio, ya se había ganado una notable reputación como artista innovador y con personalidad propia cuando en el año 1921 el arquitecto Walter Groepius se puso en contacto con él para que se uniera a la Escuela de la Bauhaus.
Y posiblemente lo que más le atrajo de este pintor era su carácter experimental, novedoso e inconformista. A lo largo de toda su carrera, Klee exploró los efectos que podían lograrse a partir del empleo de las más singulares combinaciones de ceras, barnices y pigmentos a los que no dudaba en unir por ejemplo con yeso, o cera de abeja o polvos de tiza. Además todo ello lo hacía con un criterio casi científico y enciclopédico, tomando notas y dejando constancia en cuadernos y diarios de sus progresos. Eso permite datarse su ingente producción, ya que solo de dibujos se sabe que hizo unos 10.000.
Otra muestra ese espíritu documental es que a lo largo de la década que trabajó en la Bauhaus, dejó escritas unas 3.000 páginas sobre sus clases, sus conferencias y sus estudios experimentales. Y todo ello sin dejar de pintar, como atestigua este lienzo de Pez Mágico que hizo en 1925 y que forma parte de la colección del Museum of Art de Philadelphia en Estados Unidos.
Un cuadro que de algún modo reúne todas sus cualidades. Por ejemplo su excepcional capacidad para el color, a veces con gamas sorprendentes. Algo que sabe conjugar con un grafismo tan sensual como dosificado. Y esas no son más que las herramientas para crear mundos fantásticos en sus cuadros, creaciones que pese a contradecir la lógica y lo rutinario, tienen el poder de convicción suficiente para que los espectadores acepten tal irrealidad tan atractiva.
No hay otra forma de describir este cuadro dedicado a los peces y las criaturas marinas, pero las cuales pueden convivir con toda naturalidad con figuras y objetos humanos. Mientras que también incluye elementos que provocan la reflexión. Por ejemplo, vemos en el centro y bien iluminado un reloj que parece atrapado en una red de pesca. Y a su lado tanto el sol como la luna. Es un mundo submarino, pero no nos parece extraño y nos hace pensar sobre la importancia del paso del tiempo.
Los peces siguen nadando indiferentes a esa cuestión o a la presencia de flores y jarrones capaces de vivir bajo el agua. Al igual que los importa esa peculiar figura en la parte inferior que parece tener dos caras, y cuyo significado es francamente imposible de descifrar. Como ocurre con tantas y tantas obras de este pintor que reúne elementos de las más diversas vanguardias artísticas de las primeras décadas del siglo XX, incluyendo el Surrealismo.