Arte

Políptico de Soulages

Publicado por A. Cerra

Polítptico de Soulages

Pierre Soulages es uno de los pintores más venerados en el arte actual francés. Y no solo por su edad, ya que nació en 1919. Sobre todo es venerado por la calidad de su arte y por la personalidad que le aporta a todas y cada una de sus obras. Algo que se manifiesta sobre todo a partir de las pinturas monocromas, negras, que comenzó a realizar hacia el año 1976 y en las que fue investigando progresivamente, hasta llegar a una de sus grandes creaciones que es este Políptico hecho en 1985 y que se expone en el Museo de Pintura y Escultura de Grenoble.

Se trata de una obra consistente en grandes lienzos negros, concretamente cuatro telas que alcanzan en total una superficie de 222 x 628 cm. Y entre las cuatro componen una imagen a base de color negro y abstracción, algo muy curioso si se tiene en cuenta lo que él mismo autor confiesa sobre sus comienzos artísticos.

Soulages relata que cuando solo tenía 12 años entró a la abadía benedictina de Sainte Foy de Conques. Uno de los grandes templos medievales en Francia y que a tan tierna edad fue capaz de emocionar al joven Pierre. Quedó fascinado por su arquitectura, y de alguna forma esa idea arquitectónica le ha perseguido a lo largo de toda su trayectoria artística, con conceptos como la grandiosidad siempre equilibrada o la idea de la luz que se difumina en un espacio y en la superficie de la piedra.

Con esa confesión podemos entender un poco más su arte y además comprendemos porque en el año 1987 se le encargó que realizara más de 100 vidrieras precisamente para la iglesia de la abadía de Conques. Un conjunto de vitrales en los que invirtió varios años de trabajo y que finalmente se instalaron en 1994.

Pero volvamos a su gigantesco políptico, un concepto que ya de por sí se puede relacionar con el arte medieval y los retablos compuestos de varias tablas o cajas con relieves. Si bien su presentación es bien distinta. Aquí no se nos narra nada, no hay figuración, de hecho aquí son paneles abstractos y monocromos, dominados por el color negro. Es como una pared negra que reluce y que se ensombrece, en la que hay numerosos surcos que le aportan materialidad a la pintura.

Por el propio tamaño de la tela para contemplarla, nos desplazamos en lateral. Y ese desplazamiento se hace siguiendo con la mirada las líneas de esos surcos. De esa manera llegamos a los límites de cada una de las tablas. Y ahí se cortan esas trayectorias. Es como si debiéramos empezar de cero a mirar el cuadro.

Este ejercicio casi sin querer nos permite fijarnos en la pintura, y es entonces, cuando una vez acostumbrados a ese tono negro, podemos apreciar sus matices. Vemos que no es un negro puro, que hay grises e incluso blancos. En definitiva, es como si miráramos los muros de uno de esos templos medievales que tanto le gustan a Soulages y nos fuéramos deteniendo en los detalles de cada piedra.