Retrato de Belzoni
Este es un retrato realizado por el pintor neerlandés Jan Adam Kruseman en 1824, una obra que en la actualidad se encuentra en el Museo Fitzwilliam de Cambridge, en Gran Bretaña. Y lo cierto es que como obra de arte, lo podemos considerar un cuadro bien ejecutado, más o menos atractivo, y sin duda vistoso gracias a esos aires exóticos tan propios de la época del Romanticismo. No obstante, su auténtico valor no reside tanto en sus cualidades técnicas o artísticas, sino en el personaje al que representa, el italiano Giovanni Battista Belzoni, quien había muerto un año antes en una expedición a tierras africanas.
Hasta el momento de su fallecimiento, la vida de Belzoni (1778 – 1823) fue realmente digna de una novela. Había nacido en Padua en Italia, en el seno de una familia numerosa (14 hermanos) y muy humilde. Sin embargo, su espíritu inquieto le llevó siendo joven hasta Roma, donde decidió estudiar ingeniería hidráulica. Ese fue el primero de sus viajes, pronto emigró a Países Bajos y de ahí a Gran Bretaña.
Allí, además de casarse con su compañera de aventuras, la escritora Sarah Bane, se ganó durante un tiempo la vida como hombre forzudo del circo, dada su elevada estatura, su musculatura y su aspecto asalvajado gracias a un espesa melena que le hizo ganarse el sobrenombre de El nuevo Sansón.
Esa gira circense le llevó por otros países europeos y también fue invitado a Egipto. Allí quiso poner a prueba alguno de sus ingenios hidráulicos, pero fue un fracaso total. Sin embargo, descubrió que el comercio de antigüedades era algo tremendamente lucrativo. De manera que empezó su carrera de explorador y egiptólogo, si bien, sus métodos de excavación distaban mucho de lo que hoy consideramos arqueología.
Eso no impide que lo debamos considerar un pionero en esta disciplina, y él fue uno de los primeros europeos que exploró lugares como los templos de Edfu, Elefantina o incluso Abu Simbel. Además de que descubrió numerosas tumbas del Valle de los Reyes, como la del faraón Seti I.
Todo aquello le proporcionó fama y dinero, pero ciertamente era un tipo gastador y demasiado inquieto, así que siguió buscando aventuras y siguió viajando. Por ejemplo, llegó a San Petersburgo donde le vendería o regalaría alguna obra antigua al zar Alejandro I y este en agradecimiento le dio el anillo que el explorador muestra en el cuadro. Así posaría para Kruseman antes de partir de viaje hacia el centro de África, hacia destinos míticos como Benin o Tombuctú, dos lugares con los que sueña cualquier explorador. Pero aquello a Belzoni le costó la vida, ya que estando en el continente africano enfermó de disentería y acabó muriendo una aldea de la actual Nigeria.