San Juan de Ribera de Luis de Morales
Luis de Morales (h. 1510 – 1586) fue un pintor muy valorado en su tiempo, tanto que se le llegó a conocer con el sobrenombre de El Divino. Sin embargo, no se saben demasiadas cosas de su vida. Se tiene claro que tuvo unos orígenes extremeños ya que nacería en Badajoz, la misma ciudad en la que fallecería. Pero entre un momento y el otro, los historiadores consideran que tuvo que trabajar en el vecino Portugal, en Sevilla y quizás también en Valencia, ya que tanto Sevilla como Valencia eran dos de los principales focos del arte español durante el siglo XVI. Además en ambos lugares pudo conocer tanto el arte italiano del momento como obras llegadas del norte de Europa, y es que sus pinturas fusionan de una forma muy personal las dos influencias.
Sobre todo en lo referente al modelado de los rostros y de las carnes, a las que supo aportar su toque piadoso y tierno que identifica sus obras religiosas, bien sean sus habituales escenas de la Virgen u otros episodios de la Pasión y representaciones de Jesús.
Además al arte italiano propio del Renacimiento e incluso del Manierismo de su época, supo añadir el espíritu más primitivo que apreciaba en los pintores flamencos que trabajaron durante el siglo XVI en Sevilla. Todo ello lo hizo con una fuerte personalidad, tanto que se convierte en un pintor excepcional.
Al mismo tiempo es capaz de aportar un nivel de detalle increíble, es decir, una meticulosidad muy propia del arte flamenco, cuya tradición también le influye en su concepción del paisaje. De hecho, pese a la época en la que vivió y trabajo, su pintura tiene algo de deuda con el arte de la Edad Media final.
Sin embargo sabe combinar todo eso con unas imágenes muy humanas, aplicando incluso técnicas tan italianas como el sfumato.
No obstante, la gran definición de sus personajes la aporta con imágenes que transmiten su interior, sus sentimientos, unas veces con aires melancólicos, otras de cargados espiritualidad y otras incluso de ascetismo como en este cuadro. Esa sutileza le hizo merecedor de su apodo de El Divino, que se lo adjudicó Antonio Palomino, su primer biógrafo.
Y aunque es evidente que triunfó como pintor de temas religiosos en forma de lienzos aislados, trípticos o retablos completos eso no impidió que tuviera una importante formación intelectual.
Como dato curioso, teniendo en cuenta que su periodo de apogeo se dio en el tercer cuarto del siglo XVI y que alcanzó una enorme reputación por su arte religioso, es paradójico que no esté acreditada su participación en las obras para el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial que promovió el piadoso rey Felipe II.