Venecia, barcas en la aduana de Kokoschka
Oskar Kokoschka es un pintor muy identificado con sus pinturas más expresionistas y desgarradas como por ejemplo La esposa del viento. Sin embargo, tiene una faceta de paisajista no excesivamente conocida, y de la que es un buen ejemplo esta tela de 1924 titulada Venecia, barcas en la aduana. Y óleo que actualmente se conserva en Múnich.
No obstante, aunque se trate de un paisaje vemos muchas de las constantes formales de cualquiera de sus cuadros. Es decir, todo en la superficie del cuadro se descompone como si fueran moléculas en movimiento. Un movimiento que se basa en los trazos del pintor a base de entrecruzamientos y ondulaciones.
Son trazos sin dibujo alguno. Solo hay color. Y en cuanto al color se trata de una amalgama de tonos grises, verdes y azules. Unos colores que según él mismo confesó son herederos de las pinturas que vio de Tintoretto en la propia Venecia durante un viaje hecho a la ciudad de los canales unos años antes. Por ejemplo, como sus frescos que puedo ver en la Escuela de San Roque.
En cuanto a la vista de Venecia que aquí vemos, parece el recuerdo de un viaje, al estilo de las vedute que siglos atrás pudo hacer Canaletto. De hecho, el propio Kokoschka nos cuenta en su autobiografía como hizo este cuadro desde el balcón del hotel donde se alojaba. Un cuadro en el que busca pintar el mismo paisaje desde dos ángulos de visión distintos para tener una panorámica doble. Algo que luego repetiría en otras muchas obras.
Y si nos fijamos, podemos ver que hay un punto de vista alto. Desde ahí contemplamos el mar, que ocupa gran parte de la tela. Un mar creado por la mezcla de los colores verde, azul y amarillo, hasta convertirse en unas aguas transparentes en la parte izquierda.
Ese punto de vista elevado también se puede corresponder con los edificios que marcan el horizonte de la pintura. Pero en cambio no es el elegido para las pinceladas negras que nos presentan a las góndolas y otras embarcaciones.
Así como tampoco es el punto de vista del cielo. Un cielo pintado en azul cobalto y sobre el que corren las pinceladas chispeantes de las nubes. En esta franja de cielo no hay orden alguno, ni siquiera en la dirección de las pinceladas. Con ello se acrecienta la sensación de torbellino con enorme fuerza de atracción que siempre está presente en las obras de este artista de comienzos del siglo XX.