Kouros de Sunión
Se trata de una enorme escultura realizada en mármol cuya altura supera los tres metros. Se estima que fue realizada a finales del siglo VII antes de Cristo o tal vez en las décadas posteriores. Por lo tanto es una obra que se adscribe al periodo del arte griego arcaico.
Su denominación se debe a que fue hallada en las proximidades del cabo Sunión, una zona cercana a Atenas donde se han encontrado numerosos vestigios de la civilización griega antigua.
Lo primero que llama la atención es la postura del hombre, sin duda alguna tomada del arte egipcio cuya influencia es sumamente importante en los comienzos de la cultura griega, y se puede apreciar en numerosas esculturas de la misma época, como es el caso de la Dama de Auxerre conservada en el parisino museo del Louvre.
Se trata de una postura hierática típica de esos modelos orientales, rígida hasta el punto de que parece imposible que ese hombre pueda llegar a doblar las articulaciones de piernas y brazos. En realidad se trata de una escultura – bloque, donde todo está tirante y rígido, incluso los brazos caídos muestran los puños cerrados, plasmando más claramente la tensión del personaje.
Sin embargo, el arte griego tiene una gran diferencia con las formas egipcias, y ya desde sus comienzos se observa que los artistas tenían un gran interés por llegar a representar las formas de manera naturalista. Por ejemplo aquí se puede apreciar ese objetivo al comprobar cómo modeló los músculos el artista y cómo buscó que la figura en su totalidad tuviera un porte esbelto, si bien está claro que se halla muy lejos de lo que se alcanzaría durante el periodo de la escultura griega clásica del siglo V y IV antes de Cristo, cuando obras como el Discóbolo de Mirón o el Doríforo de Policleto que alcanzarán la cima del arte heleno.
Aquí, por el contrario las formas de la anatomía están muy esquematizadas y están basadas por completo en el uso de líneas geométricas, y es que no hay que olvidar que es una muestra de un arte todavía arcaico y por lo tanto se pueden ver muchos rasgos de ese momento artístico. Algunos de ellos son la postura frontal, la elección de un único punto de vista para contemplar la obra, el pelo nada natural y ordenado de acuerdo a líneas geométricas, los típicos ojos almendrados de la escultura de esos años, el cuello sumamente grueso y aún más robusto gracias a la melena, lo cual al artista le servía para sujetar fuertemente la cabeza de la figura al resto de la escultura, como si tuviera miedo de que pudiera romperse el mármol y descabezar al personaje.
Toda la figura es un buen ejemplo de lo que el arqueólogo danés Lange denominó en el siglo XIX como “ley de frontalidad”. Según esta ley estética, todo en la escultura está ordenado de acuerdo a un eje vertical y central que la recorre. Este eje pasa entre las cejas, por la nariz, el centro de la boca, desciende por el esternón y llega al ombligo, dividiendo en dos partes iguales y simétricas el cuerpo. Esta ley de frontalidad no comenzará a romperse hasta unas décadas más tarde cuando aparezcan obras como el Moscóforo.