Etapas en los cuadros de Velázquez
En la trayectoria de su obra diferenciamos distintas ETAPAS:
1. Inicial sevillana: obras tenebristas, colorido obscuro y terroso (ocresmarrones), facilidad para captar las cualidades de los objetos y el realismo de los personajes; influencia de Caravaggio, hasta tal punto que se le llego a nombrar como «el 2° Caravaggio».
Defectos juveniles son: los contornos secos y duros realzados por un claroscuro excesivo, monotonía en los colores de su paleta y escaso dominio en la captación del paisaje o del ambiente. Además de alguna obra religiosa (La Adoración de los Magos), predominan los temas realistas como en La Vieja friendo huevos, cuadro más que de personajes, una naturaleza muerta, casi un inventario de utensilios de cocina: tonalidades cálidas, marrones, ocres, amarillas, ojos-naranja. En El Aguador de Sevilla, interpreta la alegoría de las tres edades de las personas. Composición audaz, predominio de la vertical y sobre ella los círculos de las tres cabezas.
2. Trasladado a Madrid, ingresa en la Corte, donde triunfa rápidamente. En 1623, nombrado pintor de cámara, empieza a abandonar el tenebrismo. Un cuadro mitológico lo caracteriza: Los Borrachos o el triunfo de Baco. Trata con ironía la parodia de un episodio mitológico con pícaros tipos de la calle presididos por el semidesnudo Baco, que con manto rojo y pliegues blancos, resalta sobre la tonalidad cálida de la escena.
3. Después de la primera visita de Rubens a Madrid en 1630 y de su primera estancia en Roma, influido por la pintura veneciana, abandona el tenebrismo y comienza su preocupación por el color, la perspectiva aérea y el desnudo. Esto se aprecia en La Fragua de Vulcano, obra mitológica tratada con naturalismo y sin ampulosidad. De composición vertical las figuras se escalonan en el espacio buscando la profundidad, aunque en el colorido predomina la calidez, los matices luminosos son más ricos y los rostros de los personajes de gran intensidad expresiva. El tema refleja la espontaneidad de la noticia de un adulterio.
Trabaja sobre todo como gran retratista de la corte y da testimonio de la realidad que le rodea desde la monarquía al último bufón. Para la decoración del Palacio del Buen Retiro pintó la colección de reales retratos ecuestres de Felipe V, El Conde Duque de Olivares y El Príncipe Baltasar-Carlos, hoy en el Museo de El Prado. De paleta enriquecida, pincelada suelta, maestría de los caballos en escorzo, y la captación del amplio paisaje de la sierra de Guadarrama al fondo, y en tonos plateados, grises, azules y verdes pálidos: destaca la del pequeño príncipe, con gran maestría en su rostro, acordes cromáticos y brillante luminosidad transparente del fondo en tres planos.
Pero también es el retratista de tipos curiosos de la España del XVII: bufones de la Corte representados con actitud aristocrática y no naturalista como Ribera, con distanciamiento y compasión de manera que no hieren al espectador: El Bufón Calabacillas, El Niño de Vallecas, El Bobo de Coria, etc… son tipos tratados con cordial humanidad y elegancia que nos hacen olvidar lo ingrato del tema.
De la misma etapa es La Rendición de Breda, conocido por Las Lanzas. En él, inmortaliza la entrega de las llaves de la ciudad holandesa por el general protestante vencido, al español general ganador católico. Destaca la pesada masa del caballo en escorzo por detrás. En la parte superior el ritmo vertical de las lanzas; al fondo un paisaje luminoso y a la vez con neblinas del cielo nostálgico del Norte de Europa. No renuncia a retratar a los personajes y a sí mismo. Además de un cuadro histórico, es ejemplo significativo de la concordancia luz-espacio-color en Velázquez.
Una obra de tema religioso es el Cristo Crucificado, con perfección formal en el cuerpo desnudo, cabeza semioculta por el cabello: nada exagerado ni falso patetismo, sino simplicidad y serenidad dando grandeza al conjunto.
4. En los últimos años de su vida, desde su regreso de Italia en 1651 hasta su muerte, pinta sus obras culminantes. Pintura fluida, más aérea, pinta sin líneas, capta la luz mostrando como es ella la que juega con las formas, exaltándolas o deformándolas. Pinta nuevas series de retratos, del rey, de su hija María Teresa, y de la nueva reina Doña Mariana de Austria, con gesto altivo de niña convertida en reina. Pero sobre todo realiza las dos grandes composiciones en las que consigue captar el ambiente:
En Las Meninas, nos introduce en su taller. Velázquez trabaja en el cuadro cuando espontáneamente entran en la sala, en la que (según una de las múltiples interpretaciones) están ya los monarcas reflejados en el espejo del fondo, la infanta Margarita con sus damas y un pequeño séquito. El punto de fuga va desde las luces del techo y las líneas de las ventanas hasta la puerta abierta del fondo donde se encuentra el aposentador de palacio, y nos invita no sólo a entrar sino a «atravesarlo». No se trata de un espacio «pasivo», la profundidad está determinada por las «interdistancias», por la luz, por las relaciones recíprocas entre las cosas y las actitudes de los personajes. Quienes lo observamos nos adentramos en la escena, y tenemos la sensación de que no es una pintura sino una «escena real» que presenciamos a través de la puerta de la habitación contigua. Espacio y luz son el verdadero tema del cuadro.
Hay que avanzar ya aquí, que será Picasso quien con su serie de Las Meninas del Museo de Barcelona, rompa con el «clasicismo» velazqueño, poniendo en crisis el único punto de fuga aprendido en el Renacimiento. También el valenciano Manolo Valdés, del Equipo Crónica, ha contemporaneizado Las Meninas, haciendo que con sus colores estridentes, brillantes y modernos, sean un excelente objeto decorativo.
De Las Hilanderas, se creyó mucho tiempo que era un cuadro de costumbres: pero el tema es mitológico, recogiendo la fábula de Aracne-Ariadna (de Ovidio en su Metamorfosis), hábil tejedora que quiso competir con Atenea. Vencida Aracne, será convertida en araña en castigo por retar a una diosa. Hay dos escenas que se abren recíprocamente: en la primera, el «proscenio», las figuras son realistas, brillantemente iluminadas. En el centro una mujer a contraluz (al contrario que en las Meninas que era el centro el punto más lumínico);en la segunda, el «escenario», en una estancia muy iluminada tres damas contemplan un tapiz: Atenea castiga a la joven tejedora, reflejando así en una composición compleja, diversos momentos de una misma narración. Destaca en cuadro la luz y su acción sobre los cuerpos y las formas: las unas rodeadas de un halo radiante, otras desdibujadas por la penumbra. Llega así la más genial conquista en la historia de la pintura: retratar la luz. La sensación de transparencia llega al máximo en el giro veloz de la rueca de hilar: ha captado un instante y ha conseguido eternizar el movimiento.
En los dos últimos años de su vida pintó diversos y maravillosos retratos, sobre todo dos de la Infanta Margarita, con vestido azul adornado de plata y la Infanta Margarita en plata y oro, última obra del autor, la cual quedó inacabada en su estudio.