La Alhambra de Lewis
Este pintor inglés nacido en 1804 en Londres fue uno de los primeros pintores británicos que se caracterizó por desarrollar la pintura de carácter orientalista que fue tan propia del gusto romántico de la época.
De hecho, John Frederick Lewis fue pintor y también un extraordinario viajero que recorrió gran parte del Mediterráneo, estableciéndose incluso en El Cairo (Egipto) durante unos años.
También se instaló entre los años 1832 y 1834, viviendo en Madrid, en Toledo, en Granada y en Sevilla.
Durante su estancia en la capital granadina pintó esta obra de La Alhambra, un monumento que retrató en innumerables ocasiones durante los meses que vivió en la ciudad. Algo que no es extraño, porque el palacio nazarí de La Alhambra ha sido motivo de inspiración para muchos artistas, tanto literatos como Washington Irving o Alejandro Dumas como para pintores como Joaquín Sorolla, Eugene Delacroix o Henri Matisse.
Y en este cuadro de 1832 pinta una vista del palacio desde la lejanía con su habitual técnica de acuarela. Una acuarela para la que le es imprescindible el dibujo con grafito, un dibujo muy meticuloso al que incluso le hace sombreados, y que luego con la aplicación de los colores de la acuarela no llega a cubrir por completo.
Lo cierto es que durante sus viajes realizaba infinidad de bocetos con estos dibujos, tanto es así que cuando finalmente en los años cincuenta del siglo XIX decidió regresar a su Inglaterra natal acumulaba infinidad de bocetos y dibujos preparatorios que le sirvieron para seguir pintando cuadros de ambiente oriental hasta el final de sus días en el año 1876.
Esta pasión por lo oriental sin duda le llegó tras esos viajes, pero sobre todo comenzó cuando conoció la obra de La Odalisca de Dominique Ingres, ya que por casualidad Lewis se encontraba en Roma cuando el gran pintor francés presentó esa obra que de alguna forma abrió el camino a los pintores románticos para inspirarse en escenas orientales y sobre todo en los harenes. Una temática que heredaron muchos pintores, pero que sobre todos ellos destacó Delacroix.
No obstante, John Frederick Lewis quedó tan fascinado por esa temática que en sus obras no se aprecia el distanciamiento que se observa en otros pintores románticos. Él pinta edificios y escenas orientales pero con sumo respeto hacia esa cultura.
Y no hay que extrañarse que tanto él como muchos europeos de la época consideraran La Alhambra y Granada, y en general el sur de España con ese exotismo, dado el importante legado andalusí en la zona y el claro atraso cultural y económico que por entonces sufría Andalucía, y España en su conjunto, respecto a otros países europeos más avanzados como Inglaterra o Francia.