Arte
Inicio Barroco, Pintura Vendedor de rosquillas

Vendedor de rosquillas

Publicado por A. Cerra

Vendedor de rosquillas

Según algunos autores este cuadro de 1630 que en la actualidad se conserva en la Galeria Nazionale d’Arte Antica de Roma puede ser obra del pintor Pieter van Laer o de Johannes Lingelbach. Si bien su quizás su autor sea lo menos importante, pero en cambio es una obra muy interesante si la tomamos como ejemplo de lo que en aquella época se comenzó a calificar en Roma como una bambochada.

¿Qué es eso? En italiano, la palabra bamboccio significa algo así como monigote, y ese fue el apodo que despectivamente se le adjudicó al pintor flamenco Pieter van Laer que se había establecido en Roma, como tantísimos otros pintores barrocos del siglo XVII. Pero en este caso, el artista físicamente tenía ciertas deformidades y de ahí ese sobrenombre insultante de monigote.

Pues bien, esa denominación por extensión se acabó aplicando no solo a él, sino también a otros pintores del norte de Europa, llegados de Holanda, Bélgica o Francia a Italia, y donde comenzaron a pintar escenas con un naturalismo muy particular, mezclando el espíritu de algunas obras de Caravaggio, como por ejemplo La vocación de San Mateo o la Cena de Emaús, con la tradición realista del arte flamenco donde ya había antecedentes como Brueghel y sus escenas de aldeanos o Quentin Metsys y su famoso cuadro de Los cambistas.

Es decir, que del gran Caravaggio toman sus juegos de luces, o lo que es lo mismo, su técnica de los claroscuros. Así como también se inspiran en él para muchos de sus elementos escenográficos. Y del arte flamenco toman sus temas de la vida diaria, casi siempre protagonizados por personajes anónimos y de los niveles más humildes de la sociedad. Eso es una bambochada. Y desde luego este cuadro del Vendedor de rosquillas lo es.

En el primer plano y desplazado del centro de la tela, está precisamente la escena que da nombre al cuadro. Un viejo vendedor ambulante con su cesta de rosquillas que está comerciando con su producto. Y nos lo presenta todo con un detalle exquisito, algo que también está dentro de la tradición de la pintura flamenca, amante como pocas de representar los detalles más ínfimos. Podemos ver a la perfección el mimbre de la cesta iluminada con potencia. E incluso vemos la tapa que protege las rosquillas en su interior.

Y si esa es la zona iluminada de la tela, en un plano más alejado y a la derecha de la imagen se descubre en sombra otra escena. En ella hay un grupo de personas con un caballo. Se trata de vagabundos o pastores jugando un rato. Lo cierto es que esa sombra se prolonga por casi toda la tela, salvo una parte de cielo al fondo y el haza de luz del atardecer que ilumina al anciano vendedor, que gracias a esa iluminación se convierte en el gran dominador del cuadro.