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Coronación de la Virgen de Lippi

Publicado por A. Cerra

Coronación de la Virgen de Lippi

Esta es una de las obras más grandes y complejas en las que trabajó Filippo Lippi a lo largo de su vida (1406 – 1469). Y es que se trata de un enorme retablo (220 x 287 cm) en el que el artista contó con la colaboración de todo su taller de aprendices, entre los que estaría su discípulo Fra Diamante, y también participaron en la obra hasta dos carpinteros para confeccionar todo el entramado de la tabla y un marco fantástico que se ha perdido con el paso del tiempo. Y aún con todo ese amplio equipo de trabajo, este encargo para la iglesia de San Ambrosio tardó varios años en realizarse, entre 1443 y 1447. Si bien, en la actualidad la obra no está en ese templo, sino en la Galería de los Uffizi de Florencia.

El resultado final fue toda una revolución en la época, y sin duda un paso adelante en el tipo de cuadros de Lippi, que hasta entonces había realizado composiciones menos complejas. E incluso menos fantasiosas, ya que una de las notas distintivas de esta pintura, son los cielos en los que ha ubicado la escena. Unos cielos de vivos colores, que los historiadores siempre relacionan con el colorido de las obras cerámicas de Luca della Robbia.

Lo cierto es que tradicionalmente se ha colocado el episodio de la Coronación de la Virgen siempre en un ambiente celestial, pero Lippi juega con eso, y más bien parece todo un decorado teatral. Y al mismo tiempo, los personajes o actores de esa escena, son muy realistas, tanto en sus facciones, que de nuevo recuerdan a della Robbia, como en la relaciones de miradas y gestos que las unen, unas relaciones que parecen seguir los postulados estéticos de uno de los grandes teóricos del arte renacentista, Leon Battista Alberti.

La composición es muy interesante, con la Virgen ocupando el centro y fuertemente iluminada, destacando poderosamente sobre el resto, gracias a su luz, su tamaño y sus colores claros frente a las oscuras de Dios Padre que la corona. Y mientras a los lados están las figuras de San Ambrosio, patrón del templo, y de San Juan Bautista, patrón de la ciudad. Y bajo ellos un buen número de figuras de santos, entre los cuales retrató a canónigo Francesco Moringhi quien el había encargado el retablo. Y hasta se autorretrató a sí mismo, que nos mira a nosotros los espectadores. Una licencia que luego se han ido concediendo otros pintores. En algunos casos, con esa pose de curiosidad con la que se presenta el propio Lippi, y en otras ocasiones como verdaderos atormentados, tal y como es el autorretrato que incluyó unos años más tarde Miguel Ángel en los frescos del Juicio Final en la Capilla Sixtina, pintándose a sí mismo como un martirizado y despellajado San Bartolomé.