Las señoritas de la calle Avinyó de Picasso
Éste es uno de los cuadros cumbre de la ingente producción pictórica del pintor malagueño Pablo Picasso. Lo realizó en el año 1907 y en la actualidad es una de las estrellas más valoradas de la colección que exhibe el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York.
En realidad, este gran lienzo está considerado como una especie de manifiesto de la pintura cubista. Ya que Picasso en compañía del pintor francés George Braque creó esta corriente artística en la que se alejan de las características de otros movimientos contemporáneos. De hecho, no recurren a las imágenes fuertemente coloreadas del Fauvismo, ni toman la sensualidad de la pintura impresionista. Ellos optan por ajustar todo mediante una geometría estructurada de forma dinámica en grandes planos sintéticos, unos planos que se extienden incluso más allá de cada figura. Es su forma de englobar el espacio que rodea a cada figura para organizar una arquitectura unitaria de todo el espacio.
Este movimiento artístico según algunos críticos surge de la insatisfacción de Picasso que le llevó a investigar sobre la naturaleza de nuestra percepción del mundo exterior. Porque para él la apariencia superficial de los objetos no le parecía suficiente, y por eso esos mismos objetos o personajes, en este caso las prostitutas de la calle Avinyó de Barcelona, han de sufrir una especie de disección para ser analizadas y enriquecidas artísticamente.
No se trata de una pintura espontánea, sino que lleva mucho trabajo a su autor. De ello dejan constancia los numerosos bocetos que realizó de esta imagen, y en esos dibujos preparatorios se puede ver la evolución que fue dando a cada figura, además de que también son documentos gráficos en los que se descubren las influencias artísticas de Picasso, como por ejemplo su pasión por las máscaras africanas o por la escultura ibérica.
La imagen en sí, se trata de cinco desnudos en una escena frontal, algo que le emparenta con el arte clásico. Sin embargo, se trata de figuras que se reducen a sus formas más agudas y determinantes, completamente dominadas por el ritmo y la energía.
Al presentar esta obra, las críticas fueron voraces, particularmente de algunos de los pintores de la época. Por ejemplo, Derain le recomendó suicidarse detrás de la tela o Matisse le acusó de querer deshonrar la pintura. O el poeta Apollinaire dijo que se trataba de un burdel filosófico. Hasta su amigo y compañero Braque la criticó.
Y es que Picasso no estaba buscando gustar al público, ni a los críticos, ni a los artistas. En absoluto. Con esta obra culmina todas las experiencias artísticas anteriores. Se radicaliza. Destruye por completo la perspectiva renacentista, rompe con el naturalismo vigente. Y su gran logro es que no hay un único punto de vista, nos propone la simultaneidad de visiones condensadas en una imagen. Vemos rostros de frente y de perfil, con lo que está fusionando espacio y objetos, los cuales enlaza por medio de los planos geométricos, anulando por completo la profundidad.