Venus del espejo de Picasso
Este cuadro lo realizó el pintor malagueño Pablo Picasso en el año 1932. Se trata de una obra realizada sobre una tela de grandes dimensiones (162 x 130 cm) que en la actualidad se conserva y expone en el Museum of Modern Art (MOMA) de Nueva York.
En este caso, Picasso vuelve a hacer su particular homenaje al pintor del Barroco español Diego Velázquez, ya que éste también había pintado una Venus del espejo. Pero no es esta la única obra de Picasso inspirada en los cuadros de Velázquez, ya que también habría que mencionar las diversas ocasiones en que pintó con formas cubistas las meninas velazqueñas.
No obstante, los parecidos formales con la obra de Velázquez son bastantes mínimas. Picasso en su Venus del espejo pinta una figura de mujer formada por una serie de líneas curvas, con grosores variables, que le sirven para delimitar bien a las claras las zonas de color.
Vemos a la mujer al mismo tiempo de frente y de perfil, gracias a que en su rostro aparecen dos colores, por los cuales Picasso plantea los dos puntos de vista diferentes. Pero no sólo eso, sino que además la volvemos a ver en el espejo, lo cual le sirve al artista para comprobar la compenetración de los volúmenes de la mujer.
Estos juegos los emplea Picasso en su particular búsqueda de una nueva dimensión del espacio. Él plantea en sus cuadros un espacio multidimensional, algo propio de la corriente vanguardista del Cubismo, pero al mismo tiempo reutiliza un instrumento pictórico sumamente antiguo: el espejo.
Los artistas, desde el propio Velázquez o Van Eyck en su famoso retrato del Matrimonio Arnolfini, han empleado con frecuencia los espejos para completar la imagen espacial de la escena que plantean en sus obras, y les ha servido para restituir el volumen a las dos dimensiones de los cuadros, incluyendo gracias a los reflejos los espacios o puntos de vista que no podían representar en la tela de dos dimensiones.
Sin embargo, Picasso no necesita de un espejo para mostrar a sus modelos desde todos los ángulos imaginables. A él le basta con girar alrededor de la modelo, y captar sus formas de manera sucesiva para después representarlas todas al mismo tiempo en una única tela. Por ello, en este cuadro el espejo le sirve para redoblar, más si cabe, ese efecto de representación simultánea. De hecho, Picasso no se conforma con representar una perspectiva única e inmóvil ni siquiera en la imagen supuestamente reflejada. Él lo que consigue es incluir con el movimiento de las perspectivas una cuarta dimensión: el tiempo.
¿Y cómo lo logra? Hace su personalísima “descomposición”. Utiliza diversos planos que se superponen y se funden en la composición final gracias a la yuxtaposición de colores lisos que aquí están cortados y delimitados mediante líneas sueltas. La realidad y la representación se confunden en esa continuidad de planos, líneas y colores. Unos tonos de color que principalmente son colores crudos y complementarios: el amarillo y el violeta, el rojo y el verde.