Retrato de Safo
La ciudad de Pompeya, gracias a su desafortunado final tras la erupción del volcán Vesubio en el año 79, se convirtió en una especie de célula en el tiempo para conservar en un estado estupendo muchas muestras del arte romano más delicado, especialmente en lo referente a la pintura mural. Aquí se han hallado los mejores frescos de aquella época, con joyas tan excepcionales como las pinturas de la Villa de los Misterios.
Y también el mural del que hoy vamos a hablar es uno de los valiosos legados pictóricos que se aparecieron entre las ruinas pompeyanas. Se trata de una pintura del siglo I y que se conserva en el Museo Arqueológico de Nápoles, donde hay tantísimos tesoros de aquella civilización, como por ejemplo el Mosaico de la Batalla de Issos.
La pintura se ha titulado Retrato de Safo, ya que casi todos los estudiosos han dicho que se trata de una efigie de Safo de Mitilene, una poetisa griega del siglo VI antes de Cristo. Una escritora que en tiempos romanos ya se convirtió en símbolo de la delicadeza y del amor fallido, ya que acabó suicidándose por amor.
No obstante, hay otros historiadores que consideran que sería el retrato de la propietaria de la casa acomodada donde se encontró el mural. Y es que muy cerca se hallaron los vestigios de otro retrato masculino, aunque en bastante peor estado de conservación, pero que tal vez fuera el esposo.
Independientemente de la identificación de la retratada, la calidad de la obra es más que destacada. Vemos la imagen de una mujer hermosa y frágil al mismo tiempo. Se nos muestra con la mirada perdida, ensimismada y con el cálamo o stylo (una especie de bolígrafo de la época) llevándoselo a los labios, como buscando la inspiración para escribir sobre las tablillas que lleva en la mano izquierda.
Tal vez por su pose de concentración y algo enigmática, por su belleza serena y también por ignorar a ciencia cierta quién es la retratada, en más de una ocasión se ha vinculado esta obra con el más célebre de los cuadros de Leonardo da Vinci, y se ha llegado a decir que esta pequeña pintura mural (37 x 38 cm.) es la Gioconda de la Antigüedad.
Más allá de las comparaciones, todo en el retrato es belleza y sensibilidad, y de alguna forma uno de los primeros retratos psicológicos de la historia. Además el pintor, que ha sabido darle un tono y colorido sereno al conjunto, también se ha explayado en detalles muy interesantes como son los rizos del peinado o los dos grandes pendientes. En definitiva, una obra valiosísima y que muestra bien a las claras las características del llamado IV estilo pompeyano, caracterizado por su espíritu ilusionista o escenográfico.