Retrato Lansdowne de Gilbert Stuart
George Washington, el primer presidente de los Estados Unidos, sin duda alguna es uno de los personajes históricos más representados de ese país. Se le puede ver en grandes esculturas como la que le hizo el francés Houdon, o se le ve en cuadros que nos lo presentan luchando por la independencia como en la obra Washington cruza el Delaware de Emanuel Leutze.
De hecho, incluso la capital estadounidense lleva su apellido y allí se levanta uno de los monumentos en su honor más carismáticos de todo el país. Pues bien, una de las imágenes más famosas de un George Washington ya presidente es este cuadro que pintó Gilbert Stuart en 1796 y que se exponen en la National Gallery del Retrato que hay en el Instituto Smithsonian de la capital, si bien hay una réplica en la propia Casa Blanca.
La obra se conoce como Retrato Lansdowne, lo cual se debe a la peculiar historia del lienzo. Se trató de un encargo hecho por un senador de Pensilvania, quien decidió regalárselo al primer ministro británico, W. P. Fitzmaurice, quien simpatizó desde el comienzo con la independencia de las colonias, y quien se convirtió en marqués de Lansdowne. Él la conservó hasta su muerte, pero con el paso del tiempo fue cedida a la galería estadounidense.
Allí la imagen cumple la función de mostrar un retrato completo del hombre que se convirtió en líder de toda una nación. Y es que Gilbert Stuart (1755 – 1828) se inspiró en los retratos de los monarcas europeos, pero adaptándolo a un personaje que lo viste de civil, capaz de ser un gran orador por su pose, pero también un comandante en jefe, de hecho lleva su espada.
La imagen tiene símbolos como el águila americana tallada en la pata de la mesa, o el remate ovalado con las barras y estrellas que hay en el butacón donde habitualmente se sienta el personaje.
El ambiente es de lo más oficial, por el decorado a base de un gran cortinaje y las columnas de la estancia, todo abierto al exterior donde se ve un gran arco iris, el cual debemos interpretar como la prosperidad que llega tras la tormenta de la guerra.
Stuart sin duda alguna es uno de los mejores retratistas de su tiempo. Representó a varios de los primeros presidentes estadounidenses, y al propio Washington lo pintó en varias ocasiones, incluso una vez en su famoso retrato inacabado. Ello gracias a una larga formación en Inglaterra, donde llegó a competir con los principales maestros ingleses. Sin embargo, aunque ganó mucho dinero, gastaba sin control alguno, así que cuando acumuló muchas deudas, tuvo que huir y acabó regresando a Estados Unidos.
Allí no le faltó el prestigio y el trabajo bien pagado, pero a su muerte, además de algunos de los mejores retratos de la época, dejó una buena cantidad de deudas. Tantas que su familia no pudo ni pagar una tumba para el artista que inmortalizó a los grandes hombres de su tiempo.