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La fragua de Vulcano, Vasari

Publicado por Laura Prieto Fernández

Giorgio Vasari fue uno de los más célebres historiadores del arte de todos los tiempos, su famosa obra Vidas de los más célebres pintores, escultores y arquitectos de todos los tiempos, hace un repaso al arte renacentista desde Cimabue hasta Miguel Ángel y para nosotros, se ha convertido en una inestimable fuente de información. Sin embargo, es precisamente esta labor de biógrafo o de historiador del arte la que hace que a menudo, nos olvidemos de que Giorgio Vasari también fue un refutado pintor y arquitecto de su época.

Nacido en 1511, desde muy joven se decantó por el mundo del arte y su primera formación fue en el taller de Guglielmo Marsiglia, un maestro decorador de vidrieras; sin embargo, su fama creció tan rápido que el artista fue enviado a Florencia por el mismo cardenal Passerini. Allí Vasari se introdujo en el círculo de Andrea Mantegna pero también conoció las obras de las grandes figuras renacentistas como Rafael o Miguel Ángel, cuya producción le impresionó sobremanera y llegó a considerarlo como el más destacado pintor de todos los tiempos.

En vida Vasari contó con un buen número de comitentes y seguidores, su fama traspasó fronteras y acumuló una buena fortuna que de dispensaba una posición acomodada dentro de la sociedad florentina. Cuando hablamos de su producción pictórica a menudo nos centramos en los frescos con los que el artista decoró una de las salas del Palacio Vecchio sin embargo, Vasari también realizó obras de pequeño formato como esta pieza que se exhibe en la Colección de los Uffizi y que data de sus últimos años, concretamente de 1564.

Se trata de una pequeña pieza de formato vertical que tan solo cuenta con unos treinta y ocho centímetros de altura y veintiocho de anchura; la obra se ha realizado en óleo sobre cobre y en ella aparecen un buen número de personajes. Se trata de una representación del interior de la Fragua de Vulcano, seguramente en alusión al episodio en el que el dios de la fragua quiso violar a Atenea cuando ésta fue a recoger sus armas.

En primer plano aparece el dios sentado que está trabajando en un escudo con los signos del zodiaco de Capricornio y Aries. Junto a él, Atenea aparece de pies y le muestra un dibujo que se correspondería con un encargo, en su otra mano lleva un compás y un goniómetro, símbolos de las artes. El resto de la composición está inundada por figuras semidesnudas que trabajan ausentes a la conversación de los dioses y un montón de pequeños querubines o puttis que ayudan a Vulcano en sus labores.