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Frescos del Vaticano, Boticelli (I parte)

Publicado por Laura Prieto Fernández

Al pensar en los frescos de la Capilla Sixtina del Palacio Vaticano, todo pensamos instintivamente en las famosísimas pinturas murales realizadas por Miguel Ángel entre los años 1508 y 1512, sin embargo lo cierto es que los trabajos de decoración del lugar comenzaron mucho antes, siendo las obras de Miguel Ángel solo la culminación de los trabajos allí realizados. La Capilla Sixtina era uno de los centros más destacados de la vida cristiana, en ella se celebraban (y a día de hoy aún se sigue haciendo) importantes cónclaves y reuniones. En este contexto el papa Sixto IV decidió a principios de la década de los ochenta, concretamente en el año 1481, llevar a cabo una decoración de la estancia acorde con su rango. Años más tarde, El Papa Julio II sería el encargado de completar la decoración de la estancia esta vez sí con los ya mencionados frescos, el Juicio Final que se encuentra en el altar mayor y con las escenas de la creación que adornan la bóveda.

Para ello Sixto IV hizo llamar a algunos de los pintores más destacados de su tiempo como Boticelli, Ghirlandaio o Rosellini entre otros. La idea era decorar los muros de la capilla con un programa iconográfico unitario que el propio pontífice se había esmerado en preparar; con él se trataba de dignificar la figura del papado a través de una serie de frescos en los que se ponía en relación las figuras de Moisés y Jesucristo, con pasajes del Nuevo y el Antiguo Testamento. Además, en un registro superior, se diseñaron los retratos de varios papas que habían regido el Vaticano hasta entonces y que se asomaban a la capilla a través de unos vanos con cortinajes que actuaban a modo de trampantojo.

Para lograr que los frescos de tan diversos artistas contasen con cierta unidad estilística el papa impuso una serie de restricciones como unas mismas proporciones a la hora de diseñar las figuras, una misma gama cromática para todos los frescos, la utilización de pan de oro etc.

Sistina-interno

Según Vasari, el artista Sandro Boticelli sería el autor de todo el conjunto de frescos pero lo cierto es que, como ya hemos señalado anteriormente, en la obra intervinieron diversos artistas. En concreto Boticelli realizó tres de los frescos historiados y algunos de los retratos de los papas; algunos expertos aseguran que si bien Boticelli no pintó todos los retratos al menos once de ellos fueron realizados bajo el diseño del artista florentino y debió de intervenir directamente en la creación de alguno de ellos.

Los tres frescos realizados por Boticelli se corresponden a las escenas de El Castigo de los rebeldes, La Tentación de Cristo y Las pruebas de Moisés, estableciéndose así una clara relación entre éstos dos últimos como parte de la continuidad entre el Nuevo y el Antiguo Testamento. Todos ellos son frescos de formato horizontales y grandes dimensiones, cuentan con unos cinco metros de anchura y tres de altura, lo que facilitaba su visión desde cualquier punto de la sala.